Paradójicamente, lo que podría llamarse “el enemigo silente” es el ruido. A nuestro alrededor hay un constante ruido de bocinas, de sirenas, de trabajos de construcción, radio estridentes, locales atronadores, restaurantes abarrotados o tráfico aéreo.
Eso va afectando progresivamente al oído, al punto de que tan sólo en Estados Unidos hay 28 millones de personas con problemas de audición, según reporta el instituto americano de los problemas de audición, la Liga contra la Sordera (League for the Hard of Hearing).
Y cuando se habla de “enemigo silente”, es porque paralelo a los crecientes problemas de audición de la gente, hay una indiferencia a nivel mundial sobre las dolencias que está causando la polución sónica. Un asunto al que se le hace oídos sordos. La realidad es que los efectos del ruido se van intensificando.
“El ruido es una amenaza seria para la audición, la salud, el aprendizaje y el comportamiento”, dice Nancy Nadler, directora del Centro del Ruido de la Liga contra la Sordera, institución fundada en 1910, que lucha por informar al público sobre la necesidad de crear hogares, escuelas y un medio ambiente más silencioso.
Oídos sordos contra el ruido
El reporte “Ruido y sus efectos”, escrito por la Dra. Alice H. Suter, consultora acústica, concluye que el ruido daña a las personas, y urge a la Organización Mundial de la Salud a que defina al ruido como un asunto de salud pública. La Dra. Suter añade que “el ruido tiene un impacto significativo en la calidad de vida de las personas en América”.
Para millones que viven con ruido diariamente, especialmente aquellos vecinos de los aerpuertos, la contaminación sónica interfiere con sus habilidades de desarrollar sus actividades corrientes, lo que disminuye su calidad de vida y comfort.
En 1972, el Acta de Control sobre el Ruido fue presentada en el congreso de Estados Unidos, que declaró que “es la política de Estados Unidos promover un ambiente libre de ruido que dañe la salud y el bienestar del pueblo norteamericano”.
Para llevar a cabo este cometido, se fundó la Oficina para la Disminución del Ruido.
El presidente Ronald Reagan eliminó los fondos para esta oficina, aduciendo que su filosofía era que la polución del sonido era un problema local, que mejor se manejaba a nivel local. De inmediato, todos los estados fueron notificados que el gobierno ya no los apoyaría en sus esfuerzos por controlar el exceso de ruido en sus territorios, pese a las crecientes advertencias de que el ruido era un contaminante muy peligroso.
En otras palabras, el “enemigo silente” resurgió con mayor fuerza, liberada de regulaciones o medidas en contra.
Otra muestra de que la polución sónica se acrecienta a nuestro alrededor “calladamente”, la encontramos en la declaración del Consejo de Defensa de los Recursos Naturales de Estados Unidos, cuando afirma: “El ruido será cada vez peor en cada area y dramáticamente mayor el proveniente del tráfico aéreo. Los viajes en avión crecen considerablemente en este país y por lo menos 32 de los 50 estados tienen planes de expandir sus aeropuertos más activos”.
En la otra cara de la moneda, las compañías aéreas y las constructoras de aviones, verdaderas amas y señoras del negocio de transportación, han dado luz verde a sus planes de mayores aviones, más grandes y ruidosos, sin preocuparse mucho del impacto que causen en las millones de personas en tierra que residen cerca de los aeropuertos.
Ruidosas ironías
Para luchar contra la polución del sonido se necesita mucho más que buenas intenciones. Los responsables del ruido en nuestra sociedad siempre se han hecho los sordos a tales inquietudes. Y lo más irónico del caso es que regulando los ruidos que producen, no sólo mejoran la salud en general, sino que incluso pueden obtener beneficios económicos de esta práctica.
Un ejemplo lo tenemos en las reclamaciones que empezó a recibir la Autoridad de Tránsito de Nueva York, por parte del público desde el año 1873 (y que siguieron durante todo el siglo siguiente) acerca del ruido insoportable que producían sus trenes.
La agencia de tránsito argumentó que motores más silenciosos le costarían demasiado dinero. En todo caso, cuando finalmente fueron forzados a adquirir motores menos ruidosos, se dieron cuenta que los nuevos motores eran más eficientes y tenían una mayor expectativa de duración que los anteriores. En otras palabras, el silencio y el ahorro de costos marcharon de la mano.
Otro ejemplo es la ironía reportada por el Anchorage Times, que anunció que el gobierno americano había destinado un cuarto de millón de dólares para estudiar como el ruido hecho por el hombre afecta a las ballenas de Alaska.
El impacto del ruido en la salud y la calidad de vida no puede ser discutido. A través de las comunidades, las organizaciones comunales y los entes públicos y privados, se puede crear conciencia de esta amenaza contra nuestra salud. Hay que promover la importancia de la reducción de la polución sónica en nuestras vidas: Escuchó?